Belerofonte II: La caída del héroe

Belerofonte (Parte II): La caída del héroe

¡Bienvenidos a Cuentamitos, donde las leyendas de antaño cobran vida de nuevo! Tras la victoria de Belerofonte sobre la temible Quimera, nuestro héroe alcanza la cumbre de la fama. Sin embargo, los dioses aún observan cada paso… y la soberbia de un mortal que osa aspirar a la inmortalidad puede devenir en un terrible descenso. En esta segunda parte, descubrirás cómo la hybris puede elevar a un hombre hasta rozar el Olimpo, para luego precipitarlo a su propia ruina. ¿Estás listo para seguir el vuelo y la caída de Belerofonte? ¡Adéntrate en la historia!

1. Recuerda: El surgimiento de un héroe

En la primera parte de la apasionante historia de Belerofonte (El mito de Belerofonte (Parte I): El surgimiento de un héroe) vimos como tras ser desterrado de Corinto por un crimen cargado de misterio, Belerofonte se refugió en la corte de Tirinto. Allí, la reina Antea (o Estenebea) lo acusó falsamente, empujándolo a llevar una carta sellada al rey Yóbates, en Licia, que en secreto pedía su muerte. Sin embargo, la piedad de Yóbates —o el temor a ofender a un posible héroe favorecido por los dioses— hizo que, en vez de matarlo, le encomendara derrotar a la mortífera Quimera.

Ayudado por el corcel alado Pegaso, Belerofonte consumó la hazaña, venciendo a un monstruo que había sembrado el terror en la región. Su fama se elevó con la ferocidad de las llamas que apagó, y el reconocimiento en la corte de Yóbates marcó la cúspide de su gloria incipiente. Pero en el eco de la victoria resonaba la advertencia divina: un héroe demasiado orgulloso puede convertirse en víctima de su propia arrogancia.

2. Belerofonte, un nuevo héroe

Tras la derrota de la Quimera, el nombre de Belerofonte comenzó a resonar más allá de los muros de Licia. Inspirado por este éxito, el rey Yóbates empezó a confiarle nuevas misiones que requerían un valor a la altura de un auténtico campeón, con la esperanza de que su coraje trajera estabilidad a Licia y a las tierras que la rodeaban.

Belerofonte colmado de gloria y éxito
Belerofonte colmado de gloria y éxito

2.1. Batallas contra los Solimios y las Amazonas

Primero, llegaron noticias de que los Solimios, un pueblo belicoso asentado en las montañas vecinas, se alzaban en armas contra las rutas de comercio. Sus ataques rápidos y letales infundían pavor a los mercaderes, que veían sus caravanas saqueadas y a sus escoltas reducidos por la ferocidad de aquellos guerreros.

Belerofonte, montado en Pegaso, emprendió el camino hacia las escarpadas cumbres donde los Solimios se guarecían. El trayecto resultó arduo: la niebla cubría los pasos angostos y el frío calaba hasta los huesos. Cuando al fin se toparon con los centinelas enemigos, el héroe se lanzó a la carga con su lanza en alto, mientras Pegaso desplegaba sus alas para sortear salientes y barrancos. El choque de metal contra metal resonó entre los picos, y el viento helado transportó los ecos de cada grito. Belerofonte peleó con una valentía que rayaba en la temeridad, esquivando flechas y bloqueando espadazos sin perder el control de la situación. Una y otra vez, los Solimios se vieron superados por la audacia del héroe y la destreza de Pegaso, cuyo vuelo rasante desbarataba sus formaciones con la furia de una tormenta.

No mucho después, surgió el rumor de que las indómitas Amazonas avanzaban hacia las fronteras licias. Estas mujeres guerreras, famosas por su disciplina marcial y sus arcos letales, solían recorrer parajes inhóspitos sin temor alguno. Belerofonte, lejos de acobardarse, se dirigió a su encuentro para detener sus incursiones o, si la diplomacia fallaba, forzar su rendición a través de la espada.

Durante el primer encontronazo, las Amazonas demostraron ser rivales formidables: con sus caballos galopaban entre columnas de polvo, lanzando saetas que cortaban el aire con un silbido tan certero como mortal. Pegaso alzó el vuelo, permitiendo a Belerofonte responder en la distancia con su arco. Flecha tras flecha, fue mermando la moral de las guerreras, que jamás habían visto un corcel alado surcar el campo de batalla. Aun así, su corazón guerrero se negaba a ceder fácilmente. Cuando una de las capitanas amazonas retó al héroe en combate singular, Belerofonte desmontó de Pegaso y, frente a la mirada de las mujeres guerreras, demostró su temple con la espada. El choque fue breve pero intenso: entre chispas y el estrépito de los aceros, acabó desarmando a su rival y, en un gesto de honor, le ofreció la oportunidad de rendirse.

Belerofonte enfrentándose a una amazona
Belerofonte enfrentándose a una amazona

Otros muchos enfrentamientos y luchas vinieron después, incluso se menciona que Belerofonte se adentró en reinos vecinos para sofocar disturbios locales y restaurar la paz, siempre con Pegaso como su leal aliado.

Al concluir estas refriegas, la figura de Belerofonte emergió aún más imponente ante los ojos de Yóbates y del pueblo licio. Tanto entre los Solimios como entre las Amazonas se forjó la leyenda de un guerrero que combatía con la fuerza de un dios y cuya sola presencia inclinaba la balanza de la batalla. Por cada enemigo que sucumbía, el eco de su nombre resonaba más fuerte, tejiendo el mito de un hombre al que ni la espada ni la llama de un monstruo podían doblegar.

2.2. La fama de Belerofonte

Cada victoria, cada problema resuelto, se convertía en un nuevo motivo para ensalzar la figura de Belerofonte. Los cantos épicos surgían en las tabernas y palacios, relatando sus hazañas con la misma pasión con que, tiempo atrás, se narró el duelo contra la Quimera. Las gentes de Licia comenzaron a verlo no solo como un extranjero perdonado por gracia real, sino como un auténtico protector, bendecido por fuerzas superiores.
El impacto en el ánimo popular fue inmenso: los campesinos volvían a sus campos sin miedo, sabiendo que un verdadero héroe velaba por ellos. Incluso aquellos que dudaban de la pureza de su linaje divino empezaron a acallar sus recelos ante la evidencia de un hombre capaz de hazañas casi imposibles. Belerofonte, de manera casi imperceptible, fue abrazando la convicción de que el mundo se inclinaba ante su espada.

2.3. La recompensa suprema

Impresionado por la lealtad y valentía del héroe, el rey Yóbates no tardó en colmarlo de honores. Primero le permitió fijar su residencia permanente en la corte, confiriéndole privilegios reservados a la élite licia. Sin embargo, el mayor símbolo de gratitud y reconocimiento llegó cuando Yóbates le ofreció la mano de una de sus hijas. En la cultura de la época, aquella propuesta significaba la unión definitiva entre el héroe y el linaje real, sellando así una alianza no solo política, sino también simbólica.
Para Belerofonte, aquel era el punto más alto de la redención que tanto había ansiado tras su huida de Corinto. El peso de su antiguo crimen se desvanecía bajo la promesa de una vida estable, un lugar de respeto y el afecto de una familia que, en cierto modo, lo acogía como si fuera un hijo de los dioses.

2.4. Belerofonte en la cúspide de su gloria

Los rumores de las proezas de Belerofonte se extendieron como el fuego en un bosque seco. En cada aldea y ciudad, los juglares recitaban sus gestas, describiendo con fervor la destreza del héroe en batalla y la majestuosa silueta de Pegaso surcando el firmamento. Con la corte de Yóbates como escenario, todo el reino celebró espectáculos y sacrificios en su honor, convencidos de haber hallado en él a un paladín tocado por la divinidad.

La culminación de este periodo de esplendor llegó cuando el monarca anunció la boda de Belerofonte con su hija, sellando así un lazo que unía la sangre real con la figura del hombre cuyo nombre resonaba por toda Licia. Durante varios días, el palacio se engalanó con festines y danzas interminables; los muros parecían latir con cada nota musical, mientras la multitud aplaudía a su flamante campeón.

Por fin, con la copa en alto y el reconocimiento de nobles y plebeyos, Belerofonte alzó la mirada al cielo, saboreando una gloria que pocos mortales habían experimentado. Sus sombras pasadas, las acusaciones y temores, se difuminaron al calor de los halagos. En aquel momento de euforia, su corazón comenzó a acariciar un pensamiento sutil pero peligroso: si había triunfado sobre monstruos y ejércitos, ¿qué más quedaba por conquistar, si no el propio reino de los dioses?

3. El surgimiento de la hybris

3.1. Un cambio gradual de actitud: la soberbia se insinúa en cada acto

En la tradición griega, se conocía como hybris a la desmesura o exceso de orgullo que empujaba al hombre a traspasar los límites impuestos por los dioses, provocando su propia ruina.Pues bien, tras conquistar la gloria en las tierras licias, Belerofonte empezó a mostrar un cambio casi imperceptible para sus allegados, pero cada vez más evidente para quienes conocían su carácter antiguo. El héroe, que antes escuchaba con atención a los consejeros y demostraba empatía hacia los humildes, ahora respondía con impaciencia cuando creía que se ponían en duda sus decisiones. Las ovaciones continuas y la admiración inquebrantable de los cortesanos sembraron en su interior una semilla de orgullo que se manifestaba en gestos sutiles: una mirada altiva en el banquete, un ademán impaciente cuando alguien osaba contradecirlo o incluso una sonrisa desdeñosa ante el menor atisbo de discrepancia.
Corintios y licios veían en Belerofonte a un salvador, un hombre capaz de lo imposible, pero pocos se daban cuenta de que su espíritu se endurecía con cada aplauso. Sin proponérselo, el héroe fue perdiendo la cercanía que lo hacía tan querido al principio, reemplazándola por una convicción cada vez más firme de que su destino estaba por encima de los designios comunes.

3.2. Señales divinas y advertencias ignoradas

En las cortes antiguas de Grecia, los presagios y señales provenientes de los dioses se tomaban con suma seriedad. Sin embargo, mientras su reputación crecía, Belerofonte empezó a pasar por alto los mensajes funestos que llegaban a sus oídos: sueños inquietantes, oráculos que le advertían sobre los peligros de la arrogancia, e incluso pequeños reveses que, interpretados con sabiduría, habrían podido frenar su creciente autosuficiencia.
Durante un banquete en honor a su última victoria, un anciano sacerdote se acercó al héroe con semblante grave, rogándole que no descuidara la ofrenda semanal a los dioses. Belerofonte apenas le prestó atención, limitándose a asentir con gesto ausente. Días después, cuando un temblor sacudió las murallas de la ciudad, las lenguas más devotas susurraron que aquello era un aviso del Olimpo. Belerofonte, en cambio, lo achacó a la casualidad y prosiguió con sus conquistas y celebraciones.
Así, entre silencios y desdenes, las voces sagradas se convertían en un murmullo lejano para él, incapaz de competir con el estruendo de la fama que lo rodeaba.

3.3. La creencia de ser intocable

La admiración de los guerreros vencidos, el agradecimiento de los campesinos rescatados y la atención de la nobleza elevaron la autoestima de Belerofonte hasta alturas vertiginosas. Comenzó a alimentar la idea de que su linaje —reconocido por algunos como divino— podía situarlo más cerca de Poseidón o Atenea que de los simples mortales.
En las fiestas, ya no bastaba con cantarle alabanzas: el héroe mismo contaba sus aventuras, realzando cada detalle para subrayar la majestuosidad de Pegaso y su propia pericia. Cuando un cortesano sugirió en broma que quizá merecía un trono en el Olimpo, Belerofonte soltó una carcajada, pero dentro de sí sintió que aquella idea rozaba una verdad secreta que lo embriagaba. Si había dominado a la Quimera y subyugado ejércitos enteros, ¿no sería lógico aspirar a codearse con los dioses?
Así se fue gestando en su mente la fantasía de un destino superior. Una fantasía que, en la Antigua Grecia, resultaba tan seductora como peligrosa, porque los dioses raramente perdonaban la pretensión de mortal alguno que, cegado por la hybris, se atreviera a cruzar los límites de su condición.

4. El desafío al Olimpo

4.1. Una peligrosa decisión: ascender al monte sagrado montado en Pegaso

Impulsado por la idea de que su valía superaba los límites del mundo mortal, Belerofonte comenzó a acariciar un proyecto que ningún hombre cuerdo se habría atrevido a concebir: ascender al Olimpo y codearse con los dioses. Su convicción de ser merecedor de ese honor se vio reforzada cada vez que contemplaba a Pegaso, cuyas alas majestuosas parecían prometerle un camino directo hacia lo sagrado.
En un crepúsculo teñido de rojos y dorados, Belerofonte reunió el valor —o la insensatez— para ejecutar su plan. Tomó su lanza, se ciñó la espada y acarició las crines perladas de Pegaso con manos temblorosas, no de miedo, sino de ansiosa expectativa. La brisa vespertina soplaba sobre los campos de Licia, como si un aliento divino pretendiera disuadirlo de su osadía. El héroe, lejos de retroceder, sintió renacer su determinación. Sin vacilar, montó el corcel y puso rumbo al monte sagrado, allí donde, según los mitos, Zeus y los suyos decidían el destino de los hombres.

Belerofonte y Pegaso
Belerofonte y Pegaso ascienden al Olimpo

4.2. Tensión creciente: la osadía de un mortal contra la voluntad divina

Mientras se alzaba sobre valles y colinas, Belerofonte notaba cómo el aire se volvía cada vez más liviano y el silencio más imponente. Con cada aleteo de Pegaso, la distancia entre el héroe y las nubes se desvanecía, y a la vez, se afianzaba la idea de que estaba cruzando una frontera vetada a los simples mortales.
En lo profundo de su mente, las historias de otros héroes castigados por su atrevimiento daban vueltas. Sus enemigos anteriores habían sido monstruos terrestres o guerreros de carne y hueso; ahora el oponente no era un ser tangible, sino la voluntad divina. Aun así, Belerofonte dejaba que su hybris lo guiara en cada impulso ascendente, convencido de que su condición de semidiós (o al menos, de héroe sin parangón) le otorgaba el derecho de presentarse en el lugar donde solamente los dioses o los elegidos podían alzar la voz.

4.3. Los dioses desconfían y se preparan para castigar la insolencia

En los palacios del Olimpo, se sintió una perturbación del orden cósmico: un mortal osaba irrumpir en las estancias divinas. Zeus, padre de los dioses, se irguió en su trono ante el rumor de un ruido inusual en los cielos. Con un gesto mínimo, hizo callar a los demás dioses, muchos de los cuales mostraban indignación o curiosidad ante la hazaña del humano.
La imagen de Belorofonte era incuestionable: aquel que se acercaba volando a los dominios divinos no era un enviado, no llevaba ofrendas ni súplicas. Venía por voluntad propia, con el pecho encendido por el orgullo. Un escalofrío recorrió las alturas, y en el silencio helado que siguió, pudo adivinarse que el Olimpo no toleraría tal insolencia sin castigo.

5. El castigo de Zeus

5.1. La furia de Zeus: un simple tábano pica a Pegaso

Alcanzar el Olimpo era un sueño que latía con fuerza en el pecho de Belerofonte. Mientras Pegaso surcaba el firmamento con un brío indómito, las nubes se abrían como un umbral resplandeciente que resguardaba los palacios divinos. Cada aleteo lo acercaba más y más a las puertas celestiales, y en ese vértigo embriagador, el héroe sintió que su ambición estaba a punto de alcanzarse. Creía que ningún muro —ni siquiera el del Olimpo— podría negarle el paso.

Sin embargo, la mirada de Zeus se posó desde su trono sobre el osado mortal. El Padre de los dioses no necesitó usar su temible rayo ni alzar la voz para humillar al intruso: con un simple chasquido de sus dedos, liberó un tábano diminuto, casi imperceptible, pero imbuido de su poder divino. Aquella pequeña criatura, que a ojos de cualquier hombre apenas tendría relevancia, se transformó en la sentencia para el altivo héroe.

En cuestión de instantes, el insecto se lanzó hacia Pegaso, penetrando entre las blancas plumas de sus alas, hasta clavar su aguijón en la noble criatura. El corcel alado relinchó con un bramido desgarrador, sintiendo un dolor que lo arrebató de toda cordura. Bastó ese breve instante de dolor para que su vuelo perdiera estabilidad, y el brío que había llevado a Belerofonte hasta allí se convirtiera de repente en un galope frenético hacia ningún lugar.

5.2. La caída de Belerofonte

El mundo pareció detenerse cuando Pegaso, agitado por el picotazo, batió sus alas descontroladamente. Belerofonte, quien segundos antes creía rozar la gloria divina, sintió cómo el viento se enroscaba en su cuerpo y lo arrancaba de la montura. Aunque intentó aferrarse a las crines del corcel, el furor del caballo lo sacudió con violencia.
—¡No! —alcanzó a gritar, pero su voz se perdió entre las ventiscas heladas.

Pegaso se elevó en un zigzag confuso, intentando liberarse del escozor que lo consumía. Mientras tanto, Belerofonte resbaló de su lomo y quedó suspendido en el aire por un instante que pareció eterno. Contempló, con la mirada desencajada, cómo la majestuosa silueta de Pegaso se alejaba hacia la inmensidad; luego, la fuerza de la gravedad lo reclamó con un tirón implacable. Belerofonte caía.

La caída se convirtió en una sucesión de ráfagas y golpes de aire que desdibujaban el horizonte, mezclando el vértigo con el pánico. La velocidad le robó el aliento y, en un abrir y cerrar de ojos, su cuerpo se estrelló contra la la tierra de Licia. Un chasquido sordo marcó el impacto, seguido de un dolor que fulminó cualquier atisbo de lucidez. Varias de sus extremidades cedieron al golpe, y la sangre se mezcló con la tierra seca en un silencio sobrecogedor.

5.3. El fin del sueño de grandeza y la ruptura definitiva con la divinidad

Cuando Belerofonte recobró la consciencia, no sintió sino un dolor abrasador. Un crujido de huesos rotos resonaba en cada pequeño movimiento, y sus pulmones ardían al intentar aspirar cada bocanada de aire. Sus ropas estaban rasgadas y manchadas de sangre, que fluía por las múltiples heridas en brazos, torso y piernas. Cada palpitación era como un martillo que martirizaba su cuerpo, recordándole el brutal impacto contra la tierra.

Al alzar la mirada, todo lo que percibió fue un cielo lejano e imperturbable. El Olimpo seguía allá arriba, intacto en su esplendor, indiferente al destino del hombre que había intentado escalar sus dominios. Belerofonte comprendió al fin que su atrevimiento le había costado caro: los dioses habían respondido a su osadía con un golpe sencillo, casi humillante, enviando un simple tábano para derribarlo desde las alturas.

El tiempo se volvió una sucesión de latidos desordenados y alucinaciones producidas por el dolor. Incapaz de ponerse en pie —o siquiera de mover con libertad sus extremidades—, comprendió con amargura la verdadera distancia que separa a los mortales de los dioses. Su sueño de grandeza se había convertido en una pesadilla sanguinolenta en un abrir y cerrar de ojos, y las puertas del Olimpo que pretendía franquear permanecían cerradas de forma irrevocable.
La ruptura era total y definitiva: ya no era el héroe invencible que surcaba los cielos a lomos de Pegaso, sino un hombre roto, castigado en carne propia por la arrogancia que le había impulsado a creerse digno de un sitio entre los inmortales. Con cada espasmo, con cada punzada de un hueso astillado, se volvía a encender el recuerdo de lo que había perdido y de la advertencia tantas veces repetida: quien olvida su condición mortal está destinado a caer bajo el peso de su propia soberbia.

6. El fin de un héroe

6.1. El exilio y la humillación

Con su cuerpo sangrando y los huesos quebrados, Belerofonte no tuvo más remedio que enfrentarse al silencio y la miseria. Pastores errantes lo hallaron tendido entre rocas y maleza, apenas un vestigio de aquel guerrero que surcó los cielos con Pegaso. Lo cargaron hasta los umbrales de la ciudad, donde el estupor inicial se trocó rápidamente en un sordo reproche: el pueblo contemplaba su lamentable figura con la mezcla de piedad y desilusión que nace cuando un ídolo cae.
Sin la fuerza para blandir la espada o la audacia que le abría todas las puertas, quedó reducido a una presencia incómoda, un recordatorio vivo de la soberbia humana. La admiración se transformó en murmullos que herían más que cualquier golpe, y el otrora héroe al que se rendían honores encontró que sus hazañas pasadas no bastaban para redimir el sacrilegio de desafiar a los dioses. Lentamente, se desvaneció tras las sombras del palacio donde antes residió su triunfo, iniciando un exilio moral que sepultó su nombre en la tristeza y el abandono.

6.2. Sobre la hybris y la justicia de los dioses

La hybris —esa desmesura que ciega al hombre y lo arrastra a creerse igual a los dioses— se reveló en todo su poder destructivo. Belerofonte, que había salvado reinos enteros y merecido los más altos honores, terminó experimentando el rigor de una justicia divina que no precisa de tormentas ni castigos grandilocuentes para imponerse. Un simple tábano enviado por Zeus bastó para recordarle su posición mortal.
La lección que late tras esta tragedia señala la frontera inquebrantable entre lo divino y lo humano. Quienes pretenden rebasarla, impulsados por la soberbia, se exponen a un castigo que puede deshacerse en un instante de toda la gloria acumulada. Frente a la hybris, la justicia de los dioses se muestra implacable, recordando a los hombres que su poder tiene límites —y que ignorarlos conduce, inevitablemente, a la perdición.

6.3. El fin de Belerofonte

Sumido en el silencio de su desgracia, Belerofonte se convirtió en un relato que corría de boca en boca. Un cuento para escarmentar a los audaces que, encandilados por su propio brillo, olvidan su naturaleza humana. Las nuevas generaciones oían hablar del héroe que domesticó a Pegaso y venció a la Quimera, mas también aprendían del hombre que se atrevió a elevarse hasta el Olimpo… y se desplomó en un abismo de soledad y dolor.
Así cerró su ciclo la estrella que un día resplandeció sobre Licia: a la fama le sucedió el olvido, y a la exultante esperanza de un porvenir entre las divinidades, la certeza de que ningún mortal debe adjudicarse un lugar reservado a los dioses. Un destino forjado por la grandeza, pero doblegado por la hybris, sirve de advertencia imborrable: la línea que separa la hazaña de la caída es tan fina como la voluntad de un dios… o el leve vuelo de un tábano.

Bibliografía y webgrafía


Homero, La Ilíada, Ed. Gredos, Madrid, 2008.
Hesíodo, Teogonía, Ed. Alianza, Barcelona, 2012.
Apolodoro, Biblioteca mitológica, Ed. Cátedra, Madrid, 1995.
Ovidio, Las Metamorfosis, Ed. Gredos, Madrid, 2017.

WEBGRAFÍA

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